La Navidad es un momento muy especial en la vida de todo ser humano (al menos occidental… y católico), sueños se cumplen, nerdeses se posicionan. Esta es la Navidad que yo quiero tener.
En mi infancia la Navidad no sólo era cuestión de un día, y no es que mi familia la celebrara de forma diferente sino que yo la experimentaba desde el primero de diciembre, cuando a mi mamá le gustaba desempolvar el pinito y colocarlo en casa. El ritual era una molestia pero yo ansiaba que llegara. Ir al cuarto de cachivaches a sacar cajas que estorbaban hasta llegar a donde teníamos guardado el pinito (artificial claro), el desorden que armábamos al estar haciendo espacio para sacarlo, encontrar las cajas con los adornos, los regaños porque algunos están rotos y “tu papá no va a comprar más”. Todo rematado con las horas que tomaba montarlo todo, hasta que, ya noche, el pinito estaba listo y había que guardar los restos de cajas y papeles que quedaban.
Siempre algo pasaba, ya sea que las luces no funcionaran, que la mitad de las esferas estuvieran rotas, que la polilla se haya comido algunos adornitos. Te topabas con cucarachos y arañas, bien tranquilamente resguardados entre cartones, que te hacían gritar al sacar cada cosa de su caja, pero al final valía la pena pues tenías el árbol de Navidad más feo de la historia.
Algo que recuerdo es que, en mi infancia, diciembre era frío, muy frío. No sé si recordaré mal o si el cambio climático ha arruinado las navidades, pero en diciembre debías usar suéter, poner el calentador y no salir de casa más que por extrema necesidad. Salir a la calle era ver el cielo nublado, quizá el asfalto húmedo. No, en Monterrey no nevaba así que no teníamos una blanca Navidad, pero sí era fría.
Al interior de las casas olía a gas quemándose (abran alguna ventana por favor), a comida, a cigarro cada que iban mis tías. Era una mezcla a olor a horno con cenizas que, aún en estos sosegados días, me recuerdan a cuando era un niño.
Claro que había que salir a la calle, iniciaba diciembre y aún no había vacaciones. Ir a la escuela era también parte de la tradición. Los niños atiborrados de chaquetas, bufandas, gorros; algunos valientes se quedaban en manga corta pero tú sabías que si los imitabas te ibas a enfermar del chiflón. En los salones había algunas decoraciones, principalmente pegatinas en las ventanas y tiras de colores en el techo. Los niños platicaban de lo que querían para Navidad o de qué es lo que hacían para celebrarla. Algunos te decían que salían de la ciudad para ir con algún familiar y tú no entendías cómo es que Santa Claus les entregaba sus regalos.
Al volver a casa era hora de ver tv, horas y horas de tv; caricaturas con temática navideña, comerciales de juguetes. Me gustaba ver cómo decoraban los sets de los programas de tv, incluso los veía aunque no me gustaran esos shows. Conforme más te acercabas a la Navidad, más navideña se ponía la tv.
Los comerciales de Navidad, no importaba la marca, me encantaban. “Esta Navidad pinta con Doal”, “Llega la alegría con Coca Cola”, los comerciales de El Canal de las Estrellas en que todas las estrellas del momento participaban en una fiesta y cantaban a coro. En diciembre la tv la veía al 100%.
Llegaba el momento de ir por los regalos, siendo regios sabes que eso significaba ir a Laredo. Levantarse muy temprano para salir a carretera, con el bolsillo cargado de sueños, pensando en que encontrarás el juego del momento. Tras largas horas de carretera llegabas a los “moles” que estaban llenísimos, y te ponías a buscar tus cosas.
Dependiendo la edad me daban ya sea más dinero, o menos (pues lo demás serían regalos), pero no importaba pues no era mucho. En el mall pasaba por las áreas de comida, muriendo de hambre, deseando probar algo, pero era eso o un juguete, o descompletar para mi juego. Nunca probé las crepas ni los panecillos que vendían, todos los dólares eran necesarios para mi juego.
Mi papá iba especialmente a comprar el pavo, eso porque, en aquellos años, era mucho más barato en EU que en México. Hoy en día eso no es así pero en mi infancia eso significaba algo… ¡una hielera que ocupaba gran parte del vochito, llena de hielo, donde debía viajar más cómodo el pavo que nosotros. Mi mamá gritando porque el pavo se iba a descongelar y a echar a perder, así que todos apurando las compras.
Al anochecer volvíamos a casa, no había dinero para un hotel, eran compras de un día y en friega, claro que con lo que nos daban realmente más tiempo ahí sería una burla. Subíamos al carro y a dormitar todo el camino de regreso, llegando de noche a casa, con ganas de jugar tu nuevo juego pero obligado a dormir porque ya era tarde.
En mi familia no hacíamos posadas, tampoco íbamos a ellas. Honestamente no las conocí, nunca quebré una piñata, no probé el ponche hasta que ya era un hombre (me siento Bane). Las colaciones, confites, nada de eso fue parte de mi vida. Simplemente veía tv todos los días hasta que llegaba el ansiado día.
El 24 era el día especial, la mayor parte de las veces lo pasamos en casa, mi abuela y mi tía lo pasaban con nosotros. Todo el día mi mamá estaba en friega cocinando (por eso odia la Navidad) y limpiando; mientras tanto yo veía tv, pura caricatura navideña, mientras mi corazón latía con fuerza porque pronto podría tener regalos. Conforme anochecía la casa se llenaba aún más de ese olor a horno y ceniza, mi papá y mi tía discutían a gritos (único modo que pueden hacerlo). A veces íbamos (obligados) a la iglesia pero… no me molestaba del todo. Me gustaba la misa de Navidad, el árbol enorme, gente bien vestida pues iban a una reunión mucho más grande que la mía. Al exterior hacía frío pero adentro estaba cálido. A la salida era volver a casa.
Era el día ansiado, platicábamos, jugábamos, comíamos mucho y yo ya quería que todos se fueran para que llegara Santa Claus, claro que me debía aguantar. Nos mandaban a dormir y yo, con el corazón a mil, no lo lograba y quedaba despierto escuchando risas y gritos de discusión (mi papá es discutidor). Más familia llegaba a darnos el abrazo y así la casa se llenaba de vida.
De madrugada despertaba a mis hermanas y corríamos al árbol a abrir nuestros regalos, jugar toda la mañana, comer el recalentado y luego ver con decepción que la Navidad había acabado y que tomaría un año más volver a ella.
No siempre la pasamos en casa, recuerdo muy bien una Navidad que pasamos en casa de una tía. No eran ricos pero habían heredado una casa muy grande y bonita en Lagos del Bosque, ahí iba más familia, tías, tíos, primos; de los cuales mis hermanas y yo éramos los menores. Siendo yo… pues yo, la verdad no convivía, andaba por ahí, sólo, tomaba coca, comía papitas, molestaba a mi mamá y, francamente, sólo esperaba la hora de irnos. A veces me sentaba en la sala y veía tv mientras tíos y primos iban llegando. Otras me salía a la calle a sentir el fresco y ver el cielo, esperando ver pasar el trineo de Santa Claus que, seguro, iba a mi casa con muchos juegos de Super Nintendo. La única vez que sostuve una luz de bengala fue en esa ocasión y mi mamá me la quitó porque creía que me iba a quemar o a explotar.
En mi infancia la Navidad era una época de ilusiones que duraba todo el mes, era como si el mundo cambiara durante diciembre. Hacía frío pero la gente era más cálida; había regalos, comida que usualmente no comía y mucho tiempo libre para ver tv. Era mi época favorita del año.
Hoy en día no es así, es como si se hubiera transformado. Hace calor casi todo el mes, la familia se ha ido rebajando en vez de crecer. Al ya no vivir en Monterrey, esas visitas de media noche han dejado de existir. Sigo disfrutando la Navidad pero ya no es lo mismo, ya no me interesa poner el pino, ya no vamos a Laredo de compras (fucking Trump). Pero cada año sueño con vivir una Navidad, de esas como las que solía tener.
La deforestacion y el crecimiento de las ciudades hacen que no haya tantas nubes como antes y por eso hace mas calor.
La verdad creo que no extraño mucho mis antiguas navidades, aquello era ir a fiesta, tras fiesta, tras fiesta que duraban hasta la mañana siguiente, ademas no conectaba con la mayoria de mi familia, ya que casi todos mis primos o me pasan por mas de 5 años o soy yo quien les saca mas de 5 años de edad, y luego les parecia que era medio solitario…
Me acuerdo que cuando rompian las piñatas me decian que fuera a darle, pero nunca me gusto (ni ahora) aun asi terminaba casi que obligado a pegarle, con el tiempo me puse a hacer el loco como darle 3 toquecitos con la punta del palo o arrojar este para darle a la pinche piñata (la levantaban bien alto los mamones).
Las cosas que extraño un poco son el frio (no me chinguen, si que esta mas caliente que antes), la duda de si santa existe (yo nunca crei al 100% que existiera, pero pensaba «¿y si, si es cierto?»), la sensacion de novedad que otorgan los juguetes nuevos, y tener mas regalos en el arbol, que de niño los padres dan varios, pero de grande solo uno (y a veces), y es no es tan comun que alguien, que no sea la pareja, de un regalo de navidad, a mi me dan uno o dos, aunque yo tampoco doy muchos, nunca cuento con el dinero necesario para regalar a todos los que quisiera.
Te recomiendo que tengas hijos. Así te gustara de nuevo la navidad y no te sentirás tan solo.