Cuando hablamos de Sekiro Shadows Die Twice, hablamos de juegos tipo Dark Souls y los Souls Like, yo normalmente no voy en la misma oración pues no es un género en el que yo me haya involucrado mucho. No he jugado ninguno de los Dark Souls ni Bloodborne, su famosa dificultad me ha espantado pues yo juego videojuegos para pasármela bien y no para frustrarme. Es por eso que los Souls Like han sido un género al que me le había alejado y aún más a From Software.
Jugué 20 minutos de Dark Souls en el 360 y me mateó el trasero; jugué unos 30 minutos de Lords of the Fallen y me pateó el trasero, parecía que los Souls Like no eran nada mi estilo, eso hasta que jugué The Surge y… Me pateó el trasero… Pero me gustó el sentimiento del trasero enrojecido y lo continué hasta que lo acabé. Posteriormente jugué Jedi Fallen Order y The Surge 2 y ambos cayeron ante mi poder y habilidad videojueguil. Súbitamente los Souls Like no parecían tan imponentes así que decidí conocer a los creadores y Sekiro Shadows Die Twice, el cual había ganado el GOTY de 2019 fue mi elección.
Después de todo era el más reciente de los juegos de From Software al momento que lo jugué.

Y me pateó el trasero.
Las primeras horas de Sekiro fueron realmente una tortura, de inicio no lo sentí tan difícil, los enemigos normales no eran tan amenazantes como los de The Surge (donde el primer enemigo humano me mató) pero bastó llegar con el Ogro Encadenado y el Shinobi Hunter para darme cuenta que mi trayecto no iba a ser tan fácil como pensé al comienzo.
Tras varias horas de jugar y de morir una y otra vez, y después de un verdadero entrenamiento en las afueras del Hirata Estate, reminiscente a esos tiempos de Final Fantasy VII donde mataba una y otra vez a los mismos enemigos para juntar XP, y no sin necesitar de toda mi atención y habilidad, pude vencer a ambos minijefes, sólo para avanzar y toparme nuevamente con otra barrera en la forma de Juzo The Drunkard, Lady Butterfly y un samurái rodeado de achichincles que me hicieron conocer la muerte muchas veces.

Nuevamente después de entrenar como loco pude vencer a los minijefes, a Lady Butterfly y al tipo del caballo y ahí me di cuenta de una realidad: ¡Sí me estaba divirtiendo!
Ahí comenzó mi romance con Sekiro Shadows Die Twice, jugaba, exploraba, moría, entrenaba, avanzaba más, moría ante nuevos minijefes y me volvía más fuerte. Me topaba con nuevas barreras, me involucraba incluso más con el juego y veía con alegría como aquellos enemigos, anteriormente infranqueables, se volvían más y más sencillos y sucumbían ante el poder de mi espada y mis reflejos ninja.
Así exploré más de Ashina y llegué contra nuevos jefes y minijefes, los cuales cada vez caían más fácil ante mi espada. Así destrocé a O´rin of the Water, a Snake Eyes, al Guardian Ape y su novia, así como al resto de los Drunkards, dejando muy atrás el tiempo en que Juzo me pateaba el trasero.
Claro que hubo algunos jefes que me dieron lata, los Headless para empezar, a quienes dejé hasta el final por causa de esa molesta habilidad que tienen y por requerir del escaso confeti divino, pero cada vez era menos la frustración y más ese deseo de patearle el trasero a esos sujetos que se sentían mejores que yo. Cuando vencí a Genichiro a medio juego ya no había vuelta atrás, yo iba a acabar Sekiro.

No voy a negar que el juego sí me pateó el trasero algunas veces, sin embargo conforme más jugaba más sentía que perdía por descuidos míos, por no mantener la sangre fría, por no calcular como debía un movimiento. Ese nivel de maestría, de involucramiento, me hizo adentrarme aún más en Sekiro pues sentía que, aunque me mataran, sí podía vencer a ese oponente frente a mí. Corrputed Monk y True Corrupted Monk me lo demostraron pues, aunque me mataron en varias ocasiones, siempre sentí que era por una falla mía, por un golpe de más que pude no dar para no quedar desprotegido.

Cuando empecé con Sekiro Shadows Die Twice honestamente pensé que no me iba a gustar, la progresión del personaje no era tan profunda, no había armas y armaduras que descubrir, pero todo estaba fríamente calculado, cada herramienta y habilidad que se aprendía requería adentrarse para saberla usar y con su uso correcto el juego cambiaba. Descubrí que no había que temer a la dificultad, al contrario, la dificultad lo hacía disfrutable porque me forzaba a enfocarme, contrario a otros juegos donde no necesitaba “ser parte”.
Acabé Sekiro Shadows Die Twice y grité de alegría al ver morir a Ishin The Sword Saint, había cumplido mi misión y finalizado con Sekiro Shadows Die Twice, y no fue tan difícil como se decía. Fue un viaje disfrutable que me forzó a meterme al juego, a convertirme en el lobo y luchar de frente contra mis enemigos, comprobé así que era un digno merecedor del GOTY en 2019.

Así he confirmado que, en efecto, todo lo que se decía de Sekiro Shadows Die Twice sobre su calidad, sobre ser un gran juego, no eran mentiras. Sekiro Shadows Die Twice NO está sobrevalorado y es uno de los mejores juegos de la generación anterior.
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