Hay varias palabras que encogen el corazón del videojugador promedio: DLC, DRM, Streaming, Digital only, Camper; pero quizá la que más asusta al aficionado a los juegos de video sea la de Pay to Win.
Pay to Win se refiere a aquellos juegos (no necesariamente videojuegos), en los que la inversión de una cantidad adicional a la que inicialmente desembolsas por jugar, te puede proporcionar alguna ventaja notable sobre tus oponentes, de ahí que se les dice juegos de “Paga para Ganar”. Recientemente Battlefront 2, de EA, se vio inmerso en el ojo del huracán debido a su formato de microtransacciones que llevaban al jugador a jugar largas horas a fin de obtener cierto equipo ventajoso, que también podías comprar de inmediato con dinero real. El juego fue duramente criticado y se ha visto golpeado en reseñas y en el precio más veces que la esposa del vecino alcohólico en el Día de San Patricio.
Soy tan jugador como el que más, he jugado toda mi vida y realmente amo los videojuegos, tanto que escribí una novela sobre eso. Al igual que tú, el dinero me es escaso y la idea de pagar más no es inicialmente tentadora pero… ¿Y si no fuera tan malo? Quizas un poco de la idea de “Pay to win” tiene lugar en los diversos sitios de apuestas deportivas donde pagábamos por poner aprueba nuestra intuición o acierto por algún resultado deportivo con la posibilidad de “ganar” u obtener recompensas monetarias si atinabas el resultado. Como sabemos el “Pay to win” estaá orientado a videojuegos donde por ejemplo, pagamos por obtener destrezas y poderes (que nos tomarían un tiempo considerable de juego al tratar de conseguir por la línea normal en el desarrollo del videojuego), con el fin de acercar la posibilidad de ganar.
Recientemente un ejemplo de un divertido juego Pay to Win salió a la luz y ganó gran popularidad, el Oasis de Ready Player One.
Si bien el juego no existe, pues es parte de una novela (muy buena), algo que me llamó poderosamente la atención al leerla es que todo en el Oasis cuesta, los ítems, las armas, incluso las balas y los viajes a otros escenarios. Y parecía divertido.
Ready Player One es una novela Pro Gamer, de izquierda, con una actitud de stick it to the man, anti corporación, e irónicamente su bandera de libertad (el Oasis) se fundamenta en el más básico capitalismo.
Es cierto, los videojuegos son sólo eso, juegos, pero ¿deben ser sólo eso? Cuando se ponen más elementos sobre la mesa es cuando el juego quizá deje de serlo, y uno de esos elementos es el dinero.
¿Qué pasaría si en Battlefield hubiera que pagar por las balas? Pues dispararíamos mucho menos, en vez de rociar de balas al oponente a ver cuál pega, nuestros movimientos serían más metódicos, más de cacería.
En la vida real no somos iguales, hay diferencias, ventajas y desventajas; siempre han existido los niños ricos que tienen todo y aquellos que no lo tienen, yo pertenecí (y pertenezco) al último grupo, así que entiendo el temor pero… Sí se disfruta más el juego cuando hay algo que perder.
Yo jugaba Magic en mi adolescencia, ese es un juego de cartas que, pues, debes comprar. Cada que comprabas un paquetito sentías la emoción de lo que podría salir en él, casi como en un sitio de apuestas, claro que muchas veces no obtenías nada bueno, pero por ello es que, cuando sí conseguías algo especial, la emoción era algo que no podías describir.
En el Magic, como en la vida, el dinero y la suerte también jugaban. Habíamos los que no teníamos dinero para cartas, cuyos mazos eran débiles; y estaban los que trabajaban y gastaban su sueldo en Magic, y contaban con cartas rarísimas y mazos de gran valor.
Había días de “cambios” en los que nos sentábamos a ver las cartas de otros y ver cuáles necesitábamos para mejorar nuestros mazos. Era como un “Draft” deportivo, seleccionábamos cartas útiles y dábamos algo por ellas. Y como cada carta valía, pues además de su valor intrínseco nos había costado el paquete en que la obtuvimos, las decisiones eran tomadas con cautela, pensadas, analizadas en base al costo-beneficio.
Y el juego se disfrutaba, y mucho.
Ya más grande comencé a jugar futbol con unos amigos, era divertido pero ganar o perder daba igual. Una vez decidimos jugar de “gorditas”, eso para apoyar al amigo más pobre que nunca traía para ir a comer. El equipo que perdiera le iba a pagar las gorditas. La intensidad con que jugamos era diferente, corríamos, gritábamos, pelábamos cada balón. Aún hoy, casi veinte años después, seguimos recordando esos partidos de gorditas como algo especial.
¿Qué tienen en común ambas anécdotas? El dinero, en ambas había dinero en juego, en ambas el resultado impactaba más allá de ganar o perder. Esas sensaciones elevaban la diversión a otro nivel, no sentías que jugabas, sentías que competías.
Yo no soy apostador pero puedo entender la emoción. Y en los videojuegos bien se podría hacer algo así. Claro que nadie queremos pagar más, por eso hay que buscar alternativas, bajar el precio de los juegos para añadir microtransacciones, añadir la posibilidad de vender objetos en el juego por dinero real (abierto para todos), que se abran nuevas formas de negocios, justo como en Oasis.
Michael Pachter lo dijo una vez: Hay gente con más tiempo que dinero, hay otros con más dinero que tiempo. El Pay to Win permite equiparar en algo las fuerzas, logra que puedas ser competitivo sin tener que jugar seis horas diarias y puede dar más diversión a la hora de jugar.
Sí el tema es delicado y no espero que mucha gente esté a favor, sé que el Pay to Win es como bailar con el Diablo, fácil puede salirnos todo mal; pero si no intentamos algo los videojuegos nunca serán algo más que un juego; y para los que amamos a los videojuegos, muchos deseamos verlos convertidos en una potencia, una de la que somos parte, en la que somos expertos, algo en lo que podemos destacar. El Pay to Win nos puede abrir la puerta a nuevos modelos de negocios en los que NOSOTROS podemos destacar y, quizá, volvernos en la vida real tan importantes como lo somos en nuestra vida digital.
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