La mañana de Navidad

Hay una sola mañana en el año que todo niño recordará durante toda su vida: la mañana de Navidad, el momento en que los sueños se materializan… o se destruyen.

La larga espera de todo un año culmina la mañana del 25 de diciembre, una mañana que llega más temprano que cualquier otra en la vida de todo niño. Sí, los niños que normalmente acostumbran levantarse tarde durante sus vacaciones no pueden permanecer dormidos mucho tiempo cuando saben que ya es 25 de diciembre y desde las 4 de la mañana es probable que estén merodeando la casa en busca de sus regalos.

Y salvo que hayas tenido la desgracia de nacer en una familia extremadamente pobre (o en una de una religión que no celebre la Navidad), ahí están, bajo el árbol, un montón de cajas envueltas en papeles de colores. ¿Qué misterios esconden? No lo sabes pero vaya que lo vas a averiguar.

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Quizá la parte más importante de la mañana de Navidad sea la anticipación, incluso más que el premio que llega después. No saber qué hay debajo de la envoltura e incluso no saber cuáles y cuántas de esas cajas te pertenecen son la parte más intensa y memorable del año de un infante. Eso sucede cuando tienes hermanos/as o si por alguna razón hay más niños en casa que esperen abrir sus regalos, obviamente si eres hijo único todo será para ti pero esa no fue mi experiencia ni la de muchos de nosotros.

Es ese momento de anticipación el que se queda contigo por el resto de tu vida, el espacio de misterio entre que ves las cajas bajo el árbol y empiezas a abrirlas (destruyendo las envolturas por supuesto). En ese momento comienzas a recordar todo lo que deseaste en el año que se trasladó a tu cartita a Santa Claus. ¿Qué me habrán traído? De inmediato comienzas a analizar el tamaño y peso de las cajas, grande y pesada… cielos! ¿Será ese Super Nintendo que querías?

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Tú y tus hermanos comienzan a buscar las cajas más grandes y a leer los nombres escritos en ellas, a veces en tarjetas, otras veces con simple pluma sobre la envoltura. Si no dice tu nombre pierde interés para ti y si la caja más grande trae el tuyo entonces la felicidad se dispara a niveles comparables a la pérdida de tu virginidad años después (si eres hombre claro).

Tras asignarle a cada niño su paquete de regalos (algunas ocasiones sólo hay un regalo por niño pero en mi infancia siempre eran varios) comienza el proceso de inspección y selección, descartando las cajas que, debido a su forma y peso, no incluyen lo que realmente querías.

La época es muy importante para realizar este análisis pues los empaques de nuestros productos favoritos han ido cambiando. Una caja grande y pesada podría significar una consola, una rectangular y pequeña podría tener las dimensiones exactas para un cassette para esa consola, aquellas con formas más verticales entrañaban más misterios: ¿Transformers? ¿Gi I Joes? ¿Tortugas Ninja?

Aquellas cajas de gran tamaño y con el peso adecuado para ser de una consola de videojuegos podrían integrar desde grandes alegrías hasta enormes decepciones. Algunas veces se trataban de juegos de mesa, no eran difíciles de distinguir pues son las cajas más alargadas pero no muy profundas y cuyo peso no es demasiado. Otras veces pueden tratarse de vehículos o bases completas de tus personajes favoritos, artículos como el Castillo Greyskull, diversos vehículos Gi I Joe o incluso el Tiranosaurio o Brontosaurio de los Dino Riders (aún maldigo mi suerte por nunca tenerlos).

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Sin embargo no siempre eran buenas noticias pues una caja grande podía incluir el máximo temor de un niño: ropa. No hay expresión más triste o que manifieste más dolor que la del niño abriendo una gran caja en la mañana de Navidad y se encuentre con suéteres, pantalones, calcetines o incluso calzones. Estas cajas del sufrimiento eterno en ocasiones eran fáciles de identificar pues suelen ser endebles y es sencillo presionar su superficie, si de inmediato sientes que algo es blando entonces ya sabes lo que te espera, una gran tristeza.

Otras ocasiones tenemos la “suerte” de que al menos no meten la ropa en cajas sino que la envuelven directamente en el papel de envolver. Si bien aún están ocupando el espacio de un mejor regalo se agradece que no maten nuestras ilusiones pues estas envolturas sobre la ropa son fácilmente identificables y siempre se dejaban para el final, y tras la alegría de lo que sí deseábamos tener este golpe no resulta tan malo.

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Tras analizar y catalogar los regalos viene la parte importante: la resolución, o sea abrirlos. Por navidades previas quizá tu madre (al menos si es regia como la mía) te habrá indicado que “NO ROMPAS LAS ENVOLTURAS PARA USARLAS DESPUÉS” Y debo decir esto a todas las madres del mundo:

Madres, de verdad intentamos no romperlas, pero la emoción que sentimos no permite que nuestros dedos funcionen igual, tras dos intentos infructuosos por separar las uniones sólo queda la fuerza bruta, no es que no queramos obedecer, es que no podemos.

La emoción llega a su tope en ese momento, cuando destazas las envolturas y vas liberando poco a poco los gráficos de las cajas: Lees la palabra SUPER… ¡YA LA HICISTE!

Así pasan los minutos y el misterio de lo que hay dentro de esos papeles de colores comienza a desvanecerse, en su lugar aparecen cajas con bonitos dibujos y colores. Analizas cada centímetro de cada caja, atesorando en tu mente cada instante, cada palabra que lees en ellas, cada foto o dibujo que vienen en las cajas. Tu imaginación comienza a dispararse, piensas en todo lo que jugarás con cada regalo, en los juegos de Super Nintendo que vas a querer (y poder) jugar: Street Fighter 2, Las Tortugas en el Tiempo, Robocop 3 (diablos, esa no la vi venir).

Son ya las 6 de la mañana del 25 de diciembre, el piso de tu sala (o donde tus papás hayan puesto el árbol) parece sacado de una historia apocalíptica, muebles y piso están tapizados con restos de papel para envolver, con pedazos de tarjetas de buenos deseos de Navidad y fragmentos de lo que alguna vez serán cajas completas con un inmenso valor de colección, pero eso a ti no te importa, es tu momento y quieres disfrutar de tus regalos.

Cuando son consolas de videojuegos de inmediato comienza el duro trabajo de conectarlas a la tv, dependiendo de tu edad y conocimientos eso puede ser fácil o una pesadilla en la que deberás esperar a que tu papá se levante para que te ayude pero una vez logrado el objetivo sabes que te esperan largas horas de diversión (en casos como el mío toda la vida), claro, suponiendo que hayas sido lo bastante inteligente y tus papás sean lo bastante decentes como para haberte comprado al menos un juego que jugar.

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Cuando se trata de juguetes de inmediato comienzas a armarlos, luchas por sacarlos de sus blisters sin romperlos en el acto, no hay caja que se resista a tu poder, nada se interpondrá entre tú y tu nuevo juguete.

El olor, guau, eso es quizá lo que jamás olvidaré, sean videojuegos o juguetes, el olor del plástico nuevo es uno que se queda en tu mente por siempre, jamás te abandonará y sabrás que puedes acudir a ese olor cada que necesites relajarte, aún hoy en día puedo oler la plastilina Play Doh y volverme a sentir como niño.

Los juegos de mesa son también uno de los que vas a usar (si tienes hermanos/as), tras una breve sesión para entender cómo diablos se juegan esas cosas (algunos pueden ser tan complejos como una tesis). En la esquina, donde nadie jamás voltearía, ahí está la ropa que te regalaron.

Sin embargo llega este estado extraño, una vez que termina la euforia por la novedad te das cuenta que estás despierto desde las 4 am, que no has comido nada y extrañamente tus nuevos juguetes comienzan a ser menos interesantes. A la 1 de la tarde, ya con toda la familia despierta (aunque cansada por la celebración anterior) comienza la preparación del recalentado y retomas tu vida normal, tus juguetes ahí están y tus consolas de videojuegos nunca te abandonarán pero la sensación que tuviste no será la misma, de algún modo lo que da vida a la mañana del 25 de diciembre no son los regalos que recibiste sino la expectativa e incertidumbre de lo que estaría por suceder.

El cuerpo humano secreta hormonas y hay algunas que se secretan en momentos de tensión y emoción, esas hormonas, los andrógenos, facilitan la solidificación de la memoria, en otras palabras, imprimen de forma más permanente sucesos que hayan ocurrido durante estados de alta tensión (sea tensión buena o mala), eso explica el por qué es fácil recordar lo que hacías cuando se da alguna desgracia y explica también por qué no olvidamos ciertas experiencias agradables como vencer a un jefe difícil, nuestra primera novia o el momento en que abríamos nuestros regalos durante la mañana de Navidad, la emoción que sentíamos hizo que ese recuerdo y el contexto general, olores, colores, sonidos; se quedaran grabados en nuestra memoria y nos motivan a seguir buscando retomar esa sensación.

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La mañana de Navidad y la incertidumbre de lo que está por venir (cuando sabes que será algo bueno) se convierte en algo que buscaremos el resto de nuestras vidas, una búsqueda larga por recuperar esa emoción que vivíamos una vez al año, todos juntos y al mismo tiempo, cuando las cosas eran mágicas y los momentos inolvidables

Comentarios
  1. Carlos

    Excelente articulo.

    Felicidades

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