Cuando era niño, las escuelas en las que estudié hacían un convivio muy especial de vez en cuando, eran las kermesses; y aunque la mayoría de las veces no tenía #%#& idea de a qué se debían, vaya que debías estar en ellas.
Las kermesses escolares eran momentos especiales para los niños porque… ¡NO HABÍA CLASES! Por otro lado, aún debíamos ir a la escuela por lo que no era un día libre después de todo. Aun así era un día especial.

No recuerdo bien las fechas en que ocurrían pero recuerdo que estaba fresco o frío, definitivamente alguna debía hacerse con motivo del Día de la independencia, o sea alrededor de septiembre, otra se hacía por ahí de Halloween y Día de Muertos y finalmente había alguna por motivo de la Navidad (y que usualmente era la despedida antes de las vacaciones). Quizá ocurrían en otra época del año pero tengo recuerdos de que la temperatura era mayormente fresca por lo que se refuerza mi idea de que se celebraban por esas razones.
Las kermesses eran el momento en que los niños llegaban a la escuela vistiendo algo que no fuera el uniforme, era ahí cuando te dabas cuenta que la niña a quien nunca habías puesto atención no estaba tan fea, o la que de verdad te gustaba te mandaba a volar de lo sexy que se podía ver (oye, de niño a niña no es ilegal).

Los salones se convertían en centros de expendio, desde las ventanas los niños más grandes ponían puestecitos para venderte tu coca en bolsa, chicharrones con salsa, botanas y más comida tan poco saludable que en estos días los débiles millenials no lograrían sobrevivirla. Las filas se volvían caóticas pues… eran salones, no había una vía usual de acceso y los niños se agolpaban tratando de comprar algo para comer. Tenías suerte si lograbas salir de ahí con toda tu comida pues en cualquier momento se te podría caer al tratar de escapar de esa avalancha de carne y piojos.

Además de botana se vendía también comida más elaborada, como tortas, hamburguesas o gorditas; regularmente los niños eran obligados a comprar un boleto durante clase, para entrar a la kermesse claro, y como no ir equivalía a faltar, pues ibas. Ese boleto te daba derecho a una hamburguesa fría, una coca caliente y, quizá una bolsa de papitas.

Pero no todo era tragazón, había diversas atracciones para atraer al público, claro, todo con algún tipo de costo, a veces prepagado en el boleto obligatorio, a veces pagado en el momento con pesos adicionales. Casi en toda kermes debía haber una cárcel, en la que “encerraban” a algunos niños por las razones más arbitrarias posibles (o sea, era bastante realista).

Tabía también juzgados donde celebraban “bodas” y seguro te quedaste siempre con las ganas de casarte con esa niña que tanto te gustaba (o… Margarita…), además de sentir celos terribles al ver que ella se casaba con tu bully (ODIO AL MUNDO!!!)

A veces, dependiendo de la época, podría haber una casa de los espantos, la cual era realmente una excusa para que los bullys pudieran molestar legítimamente a los demás niños. En ellas los niños mayores se maquillaban o usaban máscaras, apagaban las luces, hacían pasillos con papel, cartón y tela, y, bueno, te agarraban a chingazos en lo que tratabas de pasar el laberinto. Siempre había historias del niño al que le sacaron sangre o, “ahí te golpean” por lo que muchos, me incluyo, preferíamos no entrar hasta que se acabara el merequetengue y las luces se encendían.

Por supuesto que había bailables, en especial durante las fiestas de la independencia. En ellos los niños eran exhibidos como objetos para deleite de los ojos del resto de la gente, obligados a bailar, les guste o no (especialmente si no) frente al resto de los compañeros y, a veces, padres de familia. Cumpliendo así la pesadilla de la mayoría de los nerds.

Durante las fiestas de Halloween se hacían concursos de disfraces en las que los niños con familias adineradas claramente superaban a aquellos que nos poníamos una etiqueta con la leyenda “Drácula”, era una buena forma de aprender que estaríamos jodidos el resto de nuestras vidas al competir contra aquellos que sí tienen dinero. Y mi escuela claramente lo enseñaba en las kermesses.
A veces había escuelas de prostitución en que las niñas ponían un puestecito de venta de besos, y tan pronto te llegaba la noticia de que Margarita… ejem, la niña que te gustaba, estaba ahí vendiéndole besos a todos, cual P#%$&TA!!! Esa niña que te causaba erecciones, aún antes de que se te parara (eran virtuales) estaba ahí, ofreciéndose a todos, por dinero!!! Y tú NO TRAÍAS!!! Aprendiendo nuevamente lo jodido que estarás el resto de la vida y que las mujeres se irán con quien la tenga más gruesa (la cartera). Ahora que sí tenías dinero (lo que usarías para comer) tu corazón comenzaba a latir, tu… ese… a palpitar y te formabas, viendo a la linda niña acercarse cada vez más a ti para darte… un mísero beso.

Los nerds no participábamos, usualmente nos íbamos a algún rincón alejado a platicar, a contar historias de terror o a jugar luchitas (en 5to grado la Lucha Libre era famosa y a veces nos poníamos a luchar, único momento en que bullys y nerds se equilibraban). Y es que esas kermesses, viéndolo bien, se trataban de recreos extendidos, con las maestras distraídas en la vendimia y los niños a merced de la violencia de los bullys. Sobrevivir cada kermes se volvía una experiencia más, las cicatrices que quedaban eran recordatorios del terror que sufriste; aquellos con la cara marcada por la guerra eran los sabios de quinto año, aquellos que habían sobrevivido a cuatro kermesses previas, sabían perfectamente en dónde ocultarse, en qué momento ir a comprar su chicharrón, por algo habían sobrevivido todo este tiempo.
Luego llegabas al sexto año.
Las kermesses eran organizadas por los salones de sexto, lo cual quitaba del patio a los niños más grandes y les daba poder legítimo a los abusones más grandotes para imponer su propia ley en cada puesto que controlaran, era como Middle-Earth Shadow of War, versión Escuela Primaria, en la que los niños más grandes eran como War Chiefs, y diferentes zonas del campus eran controladas por un salón diferente (los del A, los del B, etc)
Por lo mismo, la mano de obra barata de las kermesses eran los niños de sexto, eran quienes no sólo atendían los puestos de venta sino que también hacían las decoraciones, armaban las casas del terror, las cárceles, hacían la función de policías, jueces y verdugos; y debo decir que a veces había gran talento. Cada nueva kermes era una competencia con la anterior y la que te tocaba, sin duda, era la peor que tu escuela haya visto.

En la secundaria las cosas variaban un poco, las kermesses seguían haciéndose y, claro, seguían cobrándose, siendo usualmente los de tercero de secu los encargados de la organización. La mayor parte de las tradiciones de primaria se mantenían, salvo la novedad que ahora se trataba de adolescentes así que el sexo era desenfrenado… casi.
Aún había las ventas y a veces casas del terror, ocasionalmente también cárceles pero cuidado con las bodas falsas, que algunos podrían llegar demasiado lejos. Las hormonas se disparaban y la diferencia entre los de primero y los de tercero era tan grande, que las chicas de tercero que vendían besos bien podrían andar en las calles y sacar el doble de lo que ganaban en la escuela (algunas quizá lo hacían).
Algo que en secundaria se hacía pero no en primaria, eran los bailables. En la secu se designaba un lugar para bailar, mismo que se llenaba de chicas y de esos valientes niños que se atrevían a invitarlas a bailar. Yo jamás me pude atrever, paseaba por la “pista” (realmente era la cancha de futbol) y me acercaba a esa linda chica que me gustaba (ahh, Claudia… es que Margarita entró a otra secu), pensando que quizá me llegaría el valor, o quizá ella me invitaría a bailar pues yo siempre le había gustado. No pasó ni uno ni otro y regresaba derrotado a mi lugar seguro, lejos de los bullys, ahí, debajo de los árboles cuyas ramas formaban una especie de muralla, sentado sobre la mochila con mi único amigo, animándome por no haber tenido el valor de hablarle a esa niña.

Por los pasillos había rumores que tal o cual se estaban besando, que los vieron agarrándose por lugares que tú jamás habías escuchado, aguzabas el oído, temeroso de escuchar el nombre de tu amada, siendo descubierta con ese maldito tipo que te bulleó toda tu vida!!! Noviazgos se formaban por lo que, al siguiente lunes (solían ser en viernes), no era raro que la niña que te gustaba ya “anduviera” con tal tipo, perdiéndola para siempre.

Pese a todo lo negativo que pudiera parecer, las kermesses eran momentos muy especiales e incluso preferibles que los días de clase normales. Eran días de fiesta, de socializar, aunque trataras de evitarlo, te toparías con más niños, ya sea los que eran amables contigo e igual los que no lo eran. Se contaban historias de miedo, leyendas y comenzaban a nacer los chismes sobre sexo. Las niñas iban vestidas de forma diferente, y como algunas aún no se daban cuenta que se habían desarrollado, a veces iban bastante destapaditas, lo que daba nuevas sensaciones. Incluso a los ñoños como yo algunas niñas nos hablaban y, debo decir, sí me ofrecieron salir a bailar, lo cual rechacé por no saber bailar y porque quien me lo dijo no era la niña que a mí me gustaba.
Una kermesse era el momento en que el niño se topaba con un ensayo de lo que sería la vida, cárcel, juicios, bodas, compra-venta, sexo; eran elementos fundamentales de la vida real, infantilizados para presentárnosla de un modo más agradable, más de una vez he estado en mi vida de adulto en situaciones que me recuerdan a las vividas en una kermés y me doy cuenta que aprendí más en ellas que en las largas horas de clase, sentado en un incómodo pupitre. Si bien en su momento no puedo decir que las haya disfrutado, recuerdo con nostalgia las kermesses, en especial en estos días del último trimestre del año, cuando la temperatura baja, el cielo se nubla y el olor a comida, gas quemándose y el sonido de música me recuerdan a aquellos viejos años en los que un pequeño niño no sabía que algún día los iba a extrañar
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