2001 a 2005 fue mi período de estudiante de licenciatura de Diseño Gráfico, mis 20 a 24 años, juventud, sueños y proyectos. Pero como todo en la vida tiene que acabar.
Se me ha dicho que escribo para mí y no para los demás, hoy confirmo que, en efecto, soy mi principal fan. Este artículo posiblemente no será muy interesante para muchos lectores además de mí pues está cargado de experiencias personales en la que considero ha sido la etapa más feliz de mi vida. Bienvenido de regreso a los años 2001 a 2005.
Mi relación con el período mencionado inicia un poco ambigua pues se encuentra enmarcada por un cambio de ciudad que no estaba en mis planes y que definitivamente no quería. Como bien saben mis lectores más antiguos, pues lo comento frecuentemente, soy originario de Monterrey, Nuevo León, donde nací y crecí hasta que cumplí 20 años. Sin embargo en el año 2001 mi papá decidió el cambio de ciudad y, muy en contra de mi voluntad y del resto de los miembros de mi familia, terminamos llegando a Saltillo a mediados de 2001.

No puedo decir que el cambio haya sido demasiado abismal pues ambas ciudades están a sólo una hora y media de distancia y culturalmente no son tan diferentes, aun así ese movimiento representó dejar la casa donde había crecido y a los amigos que tenía, que si bien no eran muchos, entre ellos se encontraba Luis, mi mejor amigo del que muchos han leído aquí y que falleció en el año 2016.
La llegada a Saltillo en el año 2001 estuvo cargada de emociones negativas, de entrada la camioneta donde transportábamos nuestras cosas se incendió en el camino, por suerte rescataron a mis perritas y a un canario, pero los objetos materiales: televisiones, computadora, mi Playstation 1 con sus juegos, todo eso se perdió. Sin duda la mezcla de ese suceso con el hecho de que no queríamos llegar a la ciudad causó una gran culpa en mi papá por lo que trató de portarse bien en esos tiempos, me compró una nueva computadora y poco a poco recuperamos algunas cosas que se habían perdido en el incendio.
Rentamos una casa que inicialmente odié y que ahora recuerdo con nostalgia, sólo vivimos ahí ocho meses pero fueron meses cargados de intensidad emocional, desde el rechazo anímico hasta la posibilidad de nuevas experiencias. La casa estaba cerca de todo y pasamos los primeros días conviviendo en familia, pues sin mis videojuegos y sin conocer a nadie, no había más que hacer.
Así nos reuníamos en familia a ver películas simplemente por tv, pues la recuperación de las televisiones fue paulatina, y como solo teníamos esa por un tiempo eso implicó mayor convivencia. Un tío que nos visitaba frecuentemente llegaba de Monterrey y nos invitaba al cine, donde vimos Rush Hour 2, Final Fantasy Spirit Within, Tomb Raider, Jurassic Park 3 y El Planeta de los Simios; yo no iba mucho al cine antes pero tuvimos un período donde, ante la ausencia de otras actividades y de un círculo social, ir al cine fue un gran pasatiempo.
Esperábamos el inicio de clases, yo había dejado trunca la carrera de psicología y había decidido ingresar a Diseño Gráfico pues, “quería hacer caricaturas”. Así en agosto de 2001 (no recuerdo el día), llego nervioso a la escuela, ubicada al centro de la ciudad y no muy bonita, sin conocer a nadie y sin querer estar ahí. Así sufro, junto al resto del salón, una horrible novatada que me hizo empezar esa nueva etapa con el pie izquierdo, pues la novatada no sólo fue particularmente cruel (por esa novatada se comenzó a limitar la crueldad de las mismas hasta que las abolieron) sino que duró 5 días. Definitivamente no empecé bien.

Añade ello a mi natural timidez, producto de sufrir bullying diariamente durante la primaria y secundaria (lo cual motivó a mis primeros textos sobre bullys que puedes leer aquí), pues no me la pasaba nada bien, me limitaba a sentarme, escuchar e irme.
Pero había una diferencia respecto a mis anteriores escuelas, en Diseño Gráfico había personas que querían dibujar, muchos eran verdaderos nerds, eso significó que estaba más en mi ambiente. Así un día me encuentro a un nerd compañero del salón, llamado Carlos, en una papelería cerca de mi casa, pues por la carrera frecuentemente había que ir a papelerías. Platicamos un poco con lo que se rompió el hielo, y poco después me invita a jugar futbol porque les faltaba uno.
Resulta que jugaba futbol con otros nerds, y todos ellos sabían que yo quería hacer caricaturas debido a que, típico, el primer día de clases nos preguntan a qué vamos. Fue como sacar una bandera y esperar la respuesta de quienes la identifiquen. Así fue que empecé a jugar futbol con Carlos, otro Carlos, Darío, Julián, Sergio, Juan Pablo y Ángel y así, los Pokemones nacieron.
Pero me estoy adelantando pues aún faltaba tiempo para llegar a ser los famosos Pokemones de Diseño Gráfico. Empezamos jugando futbol en el patio de la escuela donde una enorme fuente estorbaba en medio, eran partidos donde dábamos balonazos a todos los compañeros, tirábamos las cocas, le pegábamos a la tiendita y nos castigaban todo el tiempo.
Eso era nuevo para mí, yo siempre fui el niño tímido, serio, que sólo se sentaba a platicar en el recreo con uno o dos amigos, igualmente tímidos y serios, mientras los demás corrían, jugaban y se metían en problemas, ¡ahora yo era de los otros! Y no es que fuéramos bullys ni mucho menos, los balonazos eran accidentales y por ello usábamos pelotas de plástico para niños, pero la realidad era que nos atrevíamos a jugar futbol en un sitio que no estaba hecho para eso.
Tantas veces la directora nos regañó y pretendían que dejáramos de jugar, le ponían aceite al piso pero nosotros le tirábamos aserrín para absorber el aceite y jugábamos futbol extremo. Nos ponchaban el balón y pues comprábamos otro. Todo era diversión.

En el descanso nos íbamos a la Plaza de Armas a comprar papas y cocas en el Oxxo más cercano, luego paseábamos por el Centro de la ciudad a una revistería llamada Kiosko donde compraba mi Club Nintendo, Atomix y, eventualmente, mi amada EGM en español; eso mientras mis amigos compraban algún manga o la revista Conexión Manga, pues varios eran más otakus que gamers.
A veces nos íbamos a jugar arcades a algún lugar cercano, o a jugar billar o a jugar futbol a alguna cancha de verdad. Eran tiempos de puro caminar bajo el sol, quizá por eso estaba tan delgado porque comía mucha chatarra pero caminaba y corría bastante.
Quizá esas experiencias sean comunes para muchos pero no lo eran para mí, yo tenía 20 años y mi vida era ir a la escuela, estar en clase y regresar a casa, no fue sino hasta esa etapa, de 2001 a 2005, que ir a la escuela ya no se trataba de ir a la escuela, era la experiencia, era diversión. Ya no me molestaba ir y a la salida no tenía prisa por volver a casa. La salida era el momento de caminar por la ciudad e ir a diferentes lugares, de hablar de sueños para el futuro (¿Dónde se ven en 20 años?).
Por su naturaleza artística Diseño Gráfico se prestaba a eventos culturales, así había jornadas de exposición donde había que preparar nuestro mejor material. Ahí era evidente que yo no era diseñador pues nunca destaqué, y eran semanas de libertad.
Honestamente no recuerdo las clases, no recuerdo a mis maestros, recuerdo las experiencias, la diversión. Jugar futbol todos los días, comer gorditas con mis amigos, comprar mis revistas de videojuegos, hacer proyectos escolares entre los que destacaron las diapositivas de Las Espadas, el filme La Mano de Yeso, la revista Daidouji, el libro El Perro Fantasma y algunos más que por su naturaleza de Flash no están accesibles actualmente.



2001 a 2005 no sólo fue un período mágico por la escuela, también tenía pues, todo, había estabilidad. Mi familia estaba completa, contaba con mi tío, quien falleció en 2010, estaba mi abuela, quien murió en 2013, y mi amistad con Luis incluso se intensificó, pues llegaba eventualmente de visita por unos días (él fallece en 2016). Además tenía a mis mascotas que más he querido y claro, había juventud y esperanza por el futuro, eran tiempos en que la única preocupación era que me daba miedo decirle a una chica que me gustaba (Puedes leer de eso aquí).
Fue el tiempo del PS2, de juegos como Splinter Cell, Prince of Persia, Metal Gear 2 y 3, GTA, God of War. Fue la última guerra de consolas con tres verdaderos contendientes, tres frentes equilibrados en cuanto a calidad, exclusivas y alianzas. Mis amigos eran nintenderos, yo era Sonyer, y la lucha era por ver cuál consola era mejor, PS2 o Game Cube.
Fueron los años de la trilogía original de Spiderman, la conclusión de The Matrix, del cierre de la trilogía de precuelas de Star Wars con Clone Wars y Revenge of the Sith. Más importante aún fue la época del fenómeno de El Señor de los Anillos, con una película cada diciembre durante tres años, una tradición navideña junto con las secuelas de Star Wars tantos años después.

¿Y los pokemones? Bueno quizá no tomó tanto tiempo pero nuestros compañeros no nerds nos comenzaban a llamar así.
2001 a 2005 fue mi período de estudiante de licenciatura de Diseño Gráfico, mis 20 a 24 años, juventud, sueños y proyectos. Pero como todo en la vida tiene que acabar, la carrera termina y la vida real entra. Después de 2005 nada volvió a ser tan bueno y aunque claro que han existido algunos buenos momentos, creo que no he podido juntar cuatro años seguidos como en aquel tiempo.
¿Mis amigos? Felizmente ahí seguimos todos y hace poco nos reunimos a celebrar los 20 años de conocernos. Las cosas han cambiado, la vida no es como antes, pero aún nos juntamos algunos sábados, ya sea a jugar futbol, a asar una carne o a jugar videojuegos.

Todavía compartimos pasatiempos, proyectos y sueños. Me han acompañado a presentar mis libros, El Programa GAMER y Belial, disponibles en formato físico y digital en Amazon.

Y creo que esa amistad es fundamental a la hora de asentar el período 2001 – 2005 como el mejor de mi vida y uno que volvería a vivir exactamente igual, una y otra vez, si pudiera volver a tenerlo.
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